Cuentan que por las inmensas llanuras pampeanas, los veranos no dejan pastos verdes y los inviernos cortan en dos hasta al ser vivo más robusto.
Dicen que por esos pagos sopla un viento muy fuerte, el famoso Pampero. Quienes sobrevivieron a este monstruo invisible, solamente pueden decir que el Pampero se enoja cuando el calor viene a invadir el crudo invierno. No más se siente algún grado más en el termómetro, este llega con la misma intensidad que los tornados y no deja nada a su paso.
- ¡Y para peor no hay lugar donde guarecerse! –se sorprendió el gringo recién llegadito.
- Y eso no es nada, mi amigo. Usté porque no anda cuando sopla la sudestada. El Río de la Plata se come Buenos Aire… -explicó el lugareño, Don Alfonso Peñaloza.
- ¿Y es viento fuerte?
- ¿Qué si é juerte? ¡juertísimo vea! Y encima frío, congelau –replicó Don Alfonso.
- ¿Y cómo se protegen? –interrogó el gringo, con la cara deformada de la sorpresa y el miedo.
- La mejor protección es meterse en las casa de uno, y abrigarse con una cubija lo má lanuda posible, vea usté.
- Pero… según veo su casa es muy precaria, le falta seguridad, ¿cómo sabe que el viento ese no se la va a llevar con usted adentro?
- Pero no, m’ijo. ¿Es que usté no ve como mira para el sur?, eso es pa’ que el viento sople y no la tumbe.
- ¿Y usted ya ha pasado alguna experiencia con estos vientos?
- El año pasau, no má… vino la sudestada y el agua del río llegó hasta las casa. Me he mojau las pata de una forma que me apesté fiero. Pero unos días en el dotor y se terminó la cosa.
- Bueno Don Alfonso, le agradezco los detalles. Si algún día anda por España vaya a visitarme.
El gringo giró sobre sus talones y regresó hacia el puerto de Buenos Aires. Nunca supo si era cierto lo que por aquellos lugares se decía de los vientos, pero tampoco se atrevió a regresar en busca de detalles.
Melina Jaureguizahar Serra