miércoles, 29 de diciembre de 2010

Capítulo II - Espada y miel



Había transcurrido una semana desde la entrevista. Manuela sabía que la respuesta demoraría, pero el nerviosismo se apoderaba de ella un poco más  cada día que pasaba.

Con el objetivo de pasar el tiempo, se dispuso a ordenar un viejo baúl que descansaba olvidado en un rincón del altillo.  A medida que retiraba objetos de éste, los recuerdos afloraban, la piel se erizaba. Pero una foto desató la crisis de memoria en Manuela… una foto en la cual ella no tendría más de tres años, junto a su madre Ana y su hermana un año mayor Lía. Recordó entonces aquellos años cuando todo era felicidad, las manos suaves y cálidas de su madre, las peleas con su hermana.

Por mucho esfuerzo que realizó, no pudo recordar cómo ni cuándo dejó de hablarse con Lía.

A los cinco años, Manuela ingresó al Convento. Lía no llegaba a cumplir siete. Ambas hermanas compartían una habitación cómoda e higiénica, pero sombría debido a la falta de ventanas. Las Hermanas del lugar eran atentas, aunque también estaba Sor Martirio, que justamente hacía honor a su nombre: era un martirio. Conmemoró entonces, las veces que llegado el fin de semana, muchos padres y madres iban en busca de sus hijos pupilos, para compartir al menos el sábado y domingo. Lo mismo ocurría llegado el receso escolar. Sin embargo ella y su hermana quedaban allí, junto a un grupo de huérfanos que convivían en el Convento. El recuerdo trajo consigo un dejo de amargura, Manuela pensó en aquella tarde que volvió a ver a su padre, ese hombre alto y esbelto, con el cabello morocho profundo y sus ojos azules como el mar. Ese hombre que ahora era un señor entrecano, con surcos que atravesaban su rostro. Volvió a ver esos ojos azules, algo cansados de vivir, esos ojos que miraban esperando el perdón de su hija.  Nuevamente vio a su padre el día que abandonó el Convento, aunque sólo por unos instantes, hasta firmar a favor de ella, para que ésta pudiera hacerse cargo de su herencia.

Las hermanas López estuvieron en ese Convento hasta cumplir los dieciocho años respectivamente. Lía fue la primera en salir de él y un año luego Manuela. Prefirieron comprar departamentos por separado, con el dinero que alguna vez heredaron de su madre. Lía comenzó a trabajar en una compañía de telecomunicaciones, Manuela en cambio, decidió estudiar. Pero… ¿por qué ya no se hablaban?

En ese instante, regresó a su mente aquella tarde, cuando Lía esperaba en el bar de la esquina a Manuela. Recordó también el modo casi violento en que la abordó:

-          ¡Cómo pudiste ser tan cruel conmigo Manuela! ¿Acaso creías que nunca me enteraría? ¿Por qué me traicionaste? – reprochó Lía a su hermana, en medio de la calle.

-          ¿De qué estás hablando Lía? – preguntó la joven con la voz entrecortada, producto de la sorpresa y la vergüenza.

-          Papá  me contó todo, él me dijo que le diste permiso para quemar las fotos y pertenencias de mamá… ¿cómo pudiste? – reprochó Lía.

 Manuela sintió nuevamente aquel sabor amargo en la boca, como si regresara a esa vereda, ese día de otoño. Aun no comprendía a Lía. Ella jamás hubiera permitido que algo semejante ocurriera con los recuerdos de Ana, su mamá. No llegaba a comprender a su hermana, se sentía traicionada por aquella que prefirió creer la versión de su padre. Su padre, el que prefirió dejarlas en un Convento a hacerse cargo de sus dos pequeñas hijas. El mismo que permitió que su nueva esposa las mancillara tantas veces como deseaba.

Una lágrima humedeció el rostro de Manuela, quien entonces decidió no dar esta historia por terminada. Caminó hasta el teléfono y se dispuso a hablar con Lía, quien por suerte la atendió. Lía contó a Manuela que desde hacía tiempo pensaba en llamarla pero no se animaba a hacerlo. Manuela comprendió, sabía que su hermana era dubitativa. Luego de horas de charla, ambas hermanas decidieron reencontrarse.

Con la satisfacción de haber cumplido con una signatura pendiente, Manuela se dirigió a tomar una ducha. En eso escuchó el sonido del buzón que contiene la puerta del departamento. Se acercó y tomó el sobre, abrió y leyó: “Nos agrada comunicarle que a partir del lunes, es usted parte del staff de Models Top” 

Sintió complacencia al saber que había conseguido el trabajo.

2 comentarios:

  1. ¡Amarga vida, la de Manuela! Al menos obtuvo el trabajo...Me pregunto de qué manera se entremezclará su nuevo trabajo con su difícil pasado...¡un abrazo!

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  2. Hola Melina!! He leído los dos capítulos. Pobre Manuela, qué infancia tan dura, y aunque me alegra que se reencuentre con Lía, no creo yo que sea para algo bueno. ¿Y por qué el padre quiso hacerlas discutir de esa manera? No sé, algo raro hay, y eso resulta interesante ;)

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