Espadas y miel


Capítulo I

Manuela despertó muy temprano esa mañana. Mucho más temprano de lo habitual.

Abrió la ducha aún entre bostezos, y casi sin abrir los ojos, comenzó a cepillarse los dientes. El agua tibia ayudó a despabilarla. Luego, se dirigió a la habitación y decidió entre un manojo de ropa, que ponerse.

De pasada por la cocina, tomó un café, ya que el madrugón inesperado le daba tiempo para un desayuno mucho más organizado que los de costumbre. Tomó el periódico y marcó algunos posibles empleos. Sin más rodeos, y con mucha esperanza, salió a la calle.

El sol era débil tras las sierras que bordeaban la ciudad. El trino de las aves y aquel aroma inconfundible a tilos, confirmaban la llegada de la primavera. La muchacha respiró profundo, y caminó decidida.

Con sus treinta y tantos de años había vivido una vida mucho más larga y experimentada que otras personas.

De pequeña debió llorar la muerte de su madre, víctima de una terrible enfermedad. Años luego su padre se casó con una mujer joven y bella, pero terriblemente malvada. No fueron buenas épocas para Manuela, quien recién sintió el alivio al entrar pupila a los catorce años, en el Convento de la Santísima Virgen María.

Ese sería su día, el día en que le darían empleo, pero ella no lo sabía. Manuela vivía sola desde que salió del Convento. Luego estudió publicidad. Ahora estaba desocupada y se mantenía con algunos trabajitos independientes que cada tanto realizaba.

Llegó al sitio indicado en aquel aviso clasificado. Una importante revista de moda, vanguardista, imponente. Antes de pisar el primer peldaño del ingreso, Manuela respiró profundo, acomodó sobre su hombreo la tira del enorme bolso que contenía sus trabajos, pensó en su madre… y finalmente ingresó.

- Buenos días. Vengo por la solicitud de empleo.- mencionó la joven a la recepcionista.
- Por favor, diríjase por el pasillo hasta la sala siguiente. Allí se encuentran los demás postulantes.- indicó sonriente la jovencita (muy jovencita) mientras jugueteaba con una lapicera enredada en su cabello.

Manuela agradeció a ésta y caminó decidida por un largo pasillo blanco, con enormes pinturas colgadas sobre las paredes. Los nervios se comenzaban a manifestar. Manuela sentía miles de mariposas volando en su estómago. Llegó a la sala indicada, y se sentó junto a otras cuatro personas.

Al cabo de unos minutos, comenzó a recorrer con la mirada los demás aspirantes a ocupar el cargo.

“Importante empresa seleccionará Publicista…”, repasó mentalmente Manuela, como asegurándose estar en el lugar indicado, en busca del empleo correcto.

Justo cuando parecía estar presa de la inquietud, una dulce voz femenina mencionó su nombre desde el otro lado de la sala:

- Manuela López, adelante por favor.

En las milésimas de segundos que implicaba levantarse del asiento, recordó todas las indicaciones de buenas costumbres que alguna vez recibió. “Incorporarse lentamente, sin movimientos bruscos. Evitar demostrar nerviosismo, caminar pausadamente pero con seguridad…”

El golpe de la puerta del despacho al cerrarse, la trajo nuevamente a la realidad. Estaba en su primera entrevista laboral.